jueves, 15 de septiembre de 2011

Agua del tiempo. José Antonio Funes.


En la gran noche de los olvidos

Escúchame desde la otra orilla de tu silencio,
desde esa playa donde yace insepulto el cadáver de un pájaro;
allí donde el viento, siempre piadoso, recoge a diario su canto de arena.

Escúchame tú
porque se lo he dicho tantas veces a las piedras.

Hay una ciudad donde es imposible desandar el pasado,
o borrar la ventana en la que aún queda una cortina blanca
como si alguien hubiera izado para siempre la bandera de la ausencia.

Escúchame desde ese campo que atraviesan
los caballos negros de lo imposible,
aunque mis palabras te lleguen fragmentadas
y no haya hilo capaz de zurcirlas en la gran noche de los olvidos.

Hay tantas cosas que no pude decirte
en aquel tiempo de amar, en aquel tiempo de hablar
y abandonarse a lo eterno
como un niño hambriento en un campo de manzanas.

Nunca te hablé de la pasión inútil con que se entrega la lluvia
al impaciente calor de la tierra,
o de la tristeza de los charcos cuando se les muere la luna.

Nunca te hablé del dolor del árbol
cuando se queda con su propia sombra
después que un golpe oscuro ahuyenta sus pájaros.

Nunca te hablé del mar amargo que despide al sol
en la puerta última del día,
del mar que no cree en palabras escritas en la arena.

Escúchame ahora, no te oscurezcas,
tengo una lámpara, una luz pequeña...



A manera de consejo

Nunca dediques poema a mujer alguna.
Los amores posan y luego pasan
ante la cámara absurda de la vida,
mientras los versos avergonzados quedan,
heridos en su honor
de ver a la ingrata que se va con otro,
o se adentra para siempre en la niebla del nunca más.

Piensa en la lluvia
y su vieja canción sobre los techos,
en el mar que guarda
un cofre de versos a cada poeta,
en el viento viajero
que sabe bien de faldas y sus secretos.

Nunca dediques poema a mujer alguna.
Mejor díselo al oído,
en esa intimidad
donde la poesía es una caricia inédita,
el bálsamo que alivia
todos los dolores del mundo.



Canto del agua

Aprendemos del tiempo
a no malograr su jugo transparente,
a detenerlo en las ventanas o encerrarlo a besos.

Porque la noche es golosa con las horas;
no entiende que tu piel es un laberinto
donde mis manos despedazan el sueño.

Y más allá de eso,
subo con la luz en tus peldaños dulces,
derribo copas,
hago cantar el agua de tus labios.

Y todo es bello
como un violín en las manos de un ángel ,
como un canto
o un silencio perdido entre dos pájaros.



No solo por escribir escribo

Es que necesito escuchar a ese otro,
a quien le brillas o le sangran las palabras,
el que sufre porque todo el universo no cabe en un poema
y porque no hay adjetivo
para explicar la mirada de esa muchacha.

Es que me gusta asomar el alma por la ventana
para espiar a la noche con sus flores y sus fieras.
Escribo, no para sacar panes donde hay hambre,
sino para escucharme a mí mismo
palabras que enmudecen ante la muerte.



Euclides pudo haberlo dicho

El amor es un punto
donde un hombre y una mujer
se unen.

El amor es un punto
donde un hombre y una mujer
se separan.

El amor es un punto.



Era un niño, para vergüenza del mundo

Así estaba:
hecho un nudo contra el frío
para que la muerte no encontrara
las puntas de su miseria.

Pero vino el viento
e hizo de sus harapos una bandera.

Nunca vi flamear tanta humillación.



Los enamorados

Siempre encuentran un banco solitario.
un trozo de madera
o una piedra florida en que sentarse.

Desde la ternura de sus labios de almendra
inventan sueños, alaban estupideces, ríen de todo, lloran de nada;
hasta que se aferran cuerpo a cuerpo,
como un niño a sus harapos
bajo las cuchilladas de una noche de frío.

Luego se levantan,
como diosecillos que abandonan el polvo,
y se alejan
parpadeándole con ternura al mundo.


Bruselas, cero grados

Una ciudad puede significar un amor
O un desamor tal vez
Una ciudad, como a una mujer, puede amarse de mil maneras
O abandonarse para siempre con un cadáver a cuestas.
¿A dónde va tanta gente
Ahora que soy el único que viene de regreso?

A esta hora en que todo ángel se desdibuja
De bicicletas apiladas como animales mansos
Cuantos deseos de incendiar el piano que me trae la música de otro tiempo
O de gritar en el centro de la plaza:
¡Madres, no lleven sus niños a Mc Donalds!
Una ciudad puede ser el nido más bello de la locura
O la piedra donde se pudren las esperas
Como frutas olvidadas.

Aquí se gasta la vida buscando una sonrisa entre extraños
La soledad es una estación permanente
Cruel como los trenes que comen nieve en invierno
Lo saben los jóvenes que beben cerveza con sabor a llanto
Lo saben los viejos que ven el brillo de la muerte en la punta de sus zapatos
Y lo sabe Dios que ignora todas esas cosas.


José Antonio Funes

(Puerto Cortés, Honduras, 1963). Doctor en Literatura Española e Hispanoamericana, Universidad de Salamanca, España. Ha ejercido como Viceministro de Cultura y como Director de la Biblioteca Nacional de Honduras. En la actualidad reside en París, donde desempeña el cargo de Agregado Cultural en la embajada de Honduras.

Ha publicado los siguientes libros de poesía: Modo de ser, Editorial de la UNAH, 1989; A quien Corresponda, Centro Editorial de San Pedro Sula, 1995 y Agua del tiempo, Centro Editorial de la Diputación de Málaga, 1999. Asimismo, ha participado en las siguientes antologías: Aventuras Sigilosas, (Colombia): antología de poesía hispanoamericana, 1989. Palabras de Paso: Antología de poetas en Salamanca, 1975-2001, Ediciones Amaro, Salamanca, España, 2001; Antología de poetas hispanoamericanos, Ayuntamiento de Salamanca, España, 2002. Cuarta dimensión de la tarde: Antología de poetas hondureños y cubanos, coedición entre Editorial Nagg y Nell, San Pedro Sula, Honduras, y Ediciones La luz, Holguín, Cuba, 2011.