miércoles, 12 de mayo de 2010

"Nada perdura"


Un lector pregunta a otro lector: ¿Qué libro de poesía amorosa me recomendás? A lo que el segundo lector responde: La estación perdida, de Rigoberto Paredes. ¿Y de poesía erótica? La estación perdida, responde tajante, nuevamente, el segundo lector. ¿Y es que acaso sólo existe La estación perdida? Es de lo poco que puedo recomendarte en poesía hondureña, contesta sin asomo de duda el segundo lector.

Rigoberto Paredes (Trinidad, Santa Bárbara, 1948), poeta y ensayista, publicó La estación perdida en el año 2001. Perteneció a los grupos literarios “Tauanka”, de Tegucigalpa, y “Punto rojo”, de Colombia.

Premios: It-zamná de Literatura, otorgado por la Escuela Nacional de Bellas Artes (1983); Finalista en los certámenes internacionales de poesía Casa de las Américas, EDUCA y Plural. Premio Nacional de Literatura “Ramón Rosa” (2006).

Obras publicadas: En el lugar de los hechos (1974); Las cosas por su nombre (1978), Materia prima (1985); Fuego lento, Antología personal (1989); Obra y Gracia (2005). Es coautor (junto con Roberto Armijo) de la antología Poesía Contemporánea de Centroamérica, publicada en Barcelona en 1983. Vivió en México. Actualmente reside en Tegucigalpa y se le puede encontrar en Café PARADISO.

En esta quinta semana “Torre trunca” publica el siguiente poema de Rigoberto Paredes perteneciente a La estación perdida:


Nada perdura

De amar, de haber amado
queda tan sólo, amor, una vaga palabra,
un turbado cansancio, un desaliento,
como si algo, a lo lejos, se apagara.
Una honda caída, un golpe seco
o un quejido entre labios
quedan tan sólo, amor, de haber amado.
Aquel tiempo, otro tiempo,
de ardor y sacro sexo,
ya es ceniza.
Nada perdura, amor,
de amar, de haber amado.

(Ilustración: Robert Doisneau)

"Esta luz que suscribo"


Por Gustavo Campos

Hace casi tres décadas, en los años 80`s, Hernán Antonio Bermúdez escribió que la obra de Roberto Sosa (Yoro, 1930) “constituye dentro de la poesía hondureña de hoy el conjunto de mayor aliento, lucidez y rigor” (Retahíla, 1980). No obstante, tal apreciación 27 años después ameritaba su replanteamiento (hablaré de ello más adelante). En mi experiencia personal como lector disentí de tal juicio -que conocí hasta el 2002- .Y a su vez concordé. Los términos “Aliento, lucidez y rigor” se me antojaron correctos, apropiados, y a ese grupo había que agregarle otro: “importancia” –en relación a utilidad-. Década de los 80’s: década de responsabilidad y militancia.


También leí y releí hace algunos años Itinerario poético de Roberto Sosa de Sara Rolla. Me esforcé en comprender la admiración de la ensayista por la obra del poeta, pero jamás tuve éxito. En lugar de acrecentar mi admiración por la obra de Sosa quedé admirado del ingenio, pulcritud y claridad de la prosa de la ensayista.

Reconozco que no soy afín a su propuesta estética, que no me causa ningún deleite artístico su fórmula de adjetivar, ni su modo “de emplear el superlativo en su producción poética” (Véase Afinidades de H. A. B.), así como sus versos a manera de refranes.


Insisto que me es imposible sintonizar con su obra a pesar de mi esfuerzo desmedido por acercarme a su poesía, son testigos de ello mis amigos.

Confieso que hace algunos años dije que Sosa era el Campoamor de la poesía hondureña, lo confieso porque hoy no me parece tan justa esa opinión. Aunque sólo Cronos otorga gracia.

Tomando en cuenta la opinión de Bermúdez, pienso en el mérito del poeta y me digo que no puede deberse a su prolífica producción, que en realidad no es mucha, claro, comparada a la de otros escritores latinoamericanos o europeos. Otros grandes nombres de la poesía han escrito muy poco, pero sus obras han sido intensas. ¿Han sido lúcidos? Puede ser. Me pregunto entonces si la lucidez de la obra de Sosa responde a su capacidad de respuesta estética ante los problemas que aquejan a la sociedad. Y pienso su obra “correcta” y “solidaria”. Entonces se me ocurre que el mercado estaba propicio para contraer nupcias con su obra poética.


En el año 2007 apareció publicado el libro Afinidades, de Bermúdez, en donde se reúnen notas y ensayos publicados en distintas revistas y periódicos locales y extranjeros entre los años 1991 y 2006. En él el autor aborda nuevamente la poesía de Sosa, pero ahora con justicia –aquí retomamos lo anunciado en el primer párrafo acerca de un replanteamiento por parte del crítico-: “no significa que toda la poesía reconcentrada en este libro –se refiere a la Obra Completa del poeta- esté dotada de la misma tensión interna o tenga un parejo nivel de excelencia. Sin embargo, mal puede uno exigirle al poeta que mutile fragmentos de su andamiaje de creador.”


Más adelante, en un ensayo sobre la poesía de José Luis Quesada (1948), Bermúdez confiesa: “casi todos, por lo demás, pagamos ese inesquivable tributo de la época”, y es aquí donde celebro, por una parte, la madurez crítica y el distanciamiento de este autor en relación a una obra de cualquier artista, la evolución en la visión de su pensamiento ya no condicionada, sino más global, justa y objetiva pocas veces vista en los estudiosos de la literatura nacional –o de cualquier país-, muchas veces temerosos de retractarse de alguna opinión emitida o de la confrontación escrita o verbal con los sensibles y temperamentales espíritus de los autores. Y no es que se retracte, sino más bien parte de su juicio anterior y lo replantea, con propiedad, pera ya ajeno a esa realidad de hace tres décadas. Por otra parte valoro parte de la obra de Roberto Sosa, algunos poemas de Un mundo para todos dividido y de Máscara suelta.


Hay dos en especial que me provocan el mismo deleite que un poema de Plath. Otros me impresionan por su densidad y brevedad.

Antes de concluir quiero traer a colación el significado, los pro y los contra de los premios literarios. Suele sobrevalorarse una obra cuando ésta es galardonada. Hay una propensión a creer ciegamente, cual ovejas inocentes, en las actas de jurado, y en el jurado. Se respeta un nombre, ese nombra de algún jurado que elige la obra, quien tiene en apariencia una trayectoria respetable, pero debemos recordar que esa obra galardonada fue elegida por la visión particular de un elector, quien comparte la propuesta o cree que la obra premiada se acata a sus gustos y normas de jurado. ¿Qué vio el jurado en la obra premiada? Sólo ellos pueden responder y los demás ceñirse a sus criterios. No hay juicios objetivos, pero pueden acercárseles. No hay quien escape de la política, incluso los premios.


Algunas obras del autor: Los pobres, Premio Adonais de Poesía en España (1968); Un mundo para todos dividido, Premio Casa de las Américas (1971); Máscara Suelta y El llanto de las cosas, entre otros.


Su obra ha sido traducida al inglés, francés, chino, alemán, ruso, italiano, japonés.


En esta cuarta semana “Torre trunca” publica el siguiente poema de Roberto Sosa perteneciente a Un mundo para todos dividido:



Esta Luz que suscribo

Esto que escribo
nace
de mis viajes a las inmovilidades del pasado. De la seducción
que me causa la ondulación del fuego
igual
que a los primeros hombres que lo vieron y lo sometieron
a la mansedumbre de una lámpara. De la fuente
en donde la muerte encontró el secreto de su eterna juventud.
De conmoverme
por los cortísimos gritos decapitados
que emiten los animales endebles a medio morir.
Del amor consumado.
Desde la misma lástima, me viene.
Del hielo que circula por las oscuridades
que ciertas personas echan por la boca sobre mi nombre. Del centro
del escarnio y de la indignación. Desde la circunstancia
de mi gran compromiso, vive como es posible
esta luz que suscribo.


(Foto de Modotti)

"Sabor a sombra" y "La filiación"


Por Gustavo Campos

Con la aparición de La voz convocada (1961), nombre que toma la antología de un grupo poético, Nelson Merren (La Ceiba, 10 de diciembre de 1931-New York, 24 de mayo de 2007) da a conocer algunos de los poemas que después incluiría en Calendario negro (1968).

En Antología de la Poesía Latinoamericana 1950- 1970 (1974), elaborada por Ştefan Baciu (Rumania, 1918-1993), conocido por sus estudios y antologías sobre la literatura surrealista latinoamericana, quien tuvo por profesor a Emil Cioran y que además sostuvo amistad con Octavio Paz, aparece Nelson Merren, de quien dice: “su voz se caracteriza por una inquietud humana y por su tono social auténtico, al cual el poeta nunca trata de darle un tono militante. Es posiblemente por esta razón que sus poemas son más representativos para su generación que aquéllos de los poetas sociales.”

Retomo el juicio de Baciu sobre lo representativo de sus poemas, y agrego que no sólo para su generación sino también para las actuales, quizás debido a que “es uno de los primeros poetas hondureños en los que se incorpora el pastiche. La práctica de la intertextualidad con intención sarcásticamente demoledora.” (La palabra iluminada, Helen Umaña).

Rememoro la antología Nueve novísimos poetas españoles (1970), en donde aparecen Leopoldo María Panero, Gimferrer, Ana María Moix, para mencionar algunos nombres, y que mostraba la existencia de un nuevo tipo de poesía cuya tentativa era, según Castellet, la de oponerse –o ignorar- a la poesía anterior. Había en ellos absoluta libertad formal, escritura automática, influencia de los medios de comunicación de masas y del cine (este aspecto me recuerda algunos poemas de El Jonás (1980), de Cardona Bulnes, como ser los que se refieren a Clark Kent, entre otros), para situar un poco la visión de las nuevas tendencias poéticas cosmopolitas y culturalistas que regeneraría el ambiente literario. En este sentido, pienso en la poesía de Merren y en su segundo poemario Color de exilio (1970), en donde se percibe que su visión coincide con la renovación poética de otros países. “Borrador para epitafio”, “Diálogo en el Bronx”, “La filiación” y los Dibujos de Mario Losansky sobre los campos de concentración nazis, en Color de Exilio, y “Mundo de cubos”, “Sabor a sombra”, entre otros, en Calendario negro.

Creo que el hecho de que Merren viviera en Estados Unidos lo acercó a la poesía beat. Él mismo cuenta en cartas su asistencia a lecturas de poesía en ese país. También Parra habrá influido en su obra.

Siempre que he leído a Nelson Merren su autenticidad me ha impresionado. Jamás se impostó, escribió lo que a él le parecía que debía escribir. A pesar de algún tono social encontrado en sus libros, como apunta Baciu, sus poemas no son escritos “para” sino “por” un alma atribulada con una gran destreza y fuerza poética. No intentaba lo que otros hacían en ese tiempo, no se encuentra esa impostura ética de auto nombrarse el gran poeta de los desposeídos y pobres. Al igual que José Luis Quesada han trazado nuevos caminos que seguir. Los jóvenes escritores sintonizan con ellos.

Una vez le pregunté a un poeta nacional, contemporáneo de Merren, qué opinaba de él, me dijo que ahora que lo relee entiende por qué las nuevas generaciones centraban sus ojos más en este escritor, por un largo tiempo olvidado, que en los poetas militantes de turno. Él también sintonizó con su escritura.

Cuando a Alejandra Pizarnik le preguntaron qué opinaba de la poesía política, ella respondió: “Es una mala política escribir poemas políticos”.

Iconoclasia, desacralización y un lenguaje irreverente (Helen Umaña), humor absurdo y renovación poética, son algunos aspectos que definen su obra.

Premios: En 1969 obtuvo el Primer Premio Juan Ramón Molina de Poesía de la Escuela Superior del Profesorado Francisco Morazán con el libro Color de Exilio.

“Torre trunca” publica dos de sus poemas :




Sabor a sombra

He tomado parte en sesudas discusiones
sobre si la poesía política
tiene derecho a llamarse poesía
y comido ancas de rana y horrorosos percebes
y panes con miel y toras ácimas
y visto salir el sol y recordar en ese instante
que los poetas lo han llamado el ojo del día
y dorado emperador
y leído deliciosas y cretinas novelas pornográficas
y dramas en que la virtud es recompensada
y me he aburrido de tanto día soleado
y añorado los de lluvia
y tenido diez días seguidos de lluvia
y añorado los soleados
y he hecho cosas indecentes en ciertos parques
y visto caer la noche y tratado de crear una frase nueva
y viajado en auto y en ferrocarril
y comido duraznos y humildes bananos
y dicho: en cuantos lea todo lo del socialismo
podré morirme en paz
y olvidado de todo con unos vasos de vino
y bañado desnudo en los ríos como un polinesio
y dicho: en cuanto vea todas las películas
de esa famosa actriz podré morirme en paz
y viajado en distintos tipos de aviones
y dicho: ¡la inventiva del hombre blanco!
y he quebrado espejos grandes
y tratado de olvidarme de los días amargos
y dicho: en cuanto pruebe todos los cocteles
podré morirme en paz
y sostenido sin creerlo que los hombres fuertes
tienen poco seso
y lavado mi cuerpo con jabón perfumado
y pisado inmundicias en callejones oscuros
y comprobado que en China el blanco es color de luto
y echado de mi cabeza a escobazos los días amargos
y extasiado con los nombres de las estrellas
altair vega sirio benatsnach zubeneschamali
y dicho: ¡qué vida tan rica la mía!
y sonreído de niños descalzos y de vientre hinchado
que se llaman César Augusto
y visto que soy prácticamente igual a los chinos
y a los negros
y escrito con plumas de ganso
solo por curiosidad
y examinado mi espalda y aun más abajo
en un gran espejo
y examinado mis ojos en un espejo
y visto algo en ellos infinitamente doloroso
y recordado toda mi vida
y visto que no hay nada como el éxtasis negro
de la muerte
y sentado en parques, bajo el viento helado
esperando que llegue
y deseado siempre, con cada latido de mi corazón
la paz que no termina.



La filiación

-¿Ojos?
-Negro pálido. -¿Domicilio?
-Un poco al Sur de allá
según se llega por la curva.
La flecha del rótulo caído indica el lugar.
-Profesión…
-Especulo con acciones color de jabón aunque espero
que el Gran Resorte supla cierto porcentaje de los
ganchos rotundos pero créanme, fisípedos, pero bueno,
Uds. Comprenden que Afganistán es contagioso y nunca
se sabe…
-¿Raza?
-Yo no contesto preguntas de carácter tan privado.
Sólo diré que aniquilo moscas y otros mamíferos infrascritos.
-Nacionalidad…
-Véase respuesta número Hmm.
Oh no, no es molestia. Cuenten siempre con mi romboide
cooperación.
(Espero haber contestado bien, pues me esforcé en usar
el lenguaje de todos… ¡Ahora a casa, en la calle Próspero
D. Magogo!



(Foto de Koudelka)

Ulises

En el año 1973, Edilberto Cardona Bulnes (Comayagua, 1935-1991) obtuvo el Premio Hispanoamericano “Café Marfil” de España con la obra Los Interiores, poemario editado en el mismo país tras obtener el galardón. (En una Tesis sobre la vida y obra del poeta hondureño Edilberto Cardona Bulnes, de reciente publicación con el título de “Vida y obra de Bulnes el memorioso” (Editorial Universitaria, 2007), y que a mi juicio carece de argumentos esclarecedores sobre la obra estudiada, su estudio no es producto de una lectura atenta sino de una exposición de teorías forzadas a interpretar mediante un análisis ligero los ejes temáticos y estilísticos de este escritor "hermético", Leonel Alvarado nos entrega un dato curioso que incita a la investigación o alimenta la ficción en torno a este poeta hondureño: “por haber sido editado en España, el libro llegó a manos de Samuel Beckett, quien se interesó en el poeta hondureño, como se lo hizo saber en una tarjeta postal que le envió de París a Comayagua, en la que le decía que había leído sus poemas y esperaba tener el gusto de conocerlo; tal encuentro nunca llegó a realizarse.” Hay que agradecerle al Dr. Alvarado su esfuerzo e interés en estudiar la obra de un poeta olvidado en un país que apenas comienza a valorar obras desligadas de su acontecer político y social. Poco se diferencia su tesis de los ensayos de Cardona Chapas, quien también ha mostrado un gran interés en descifrar el mundo de referencias cardoniano.)


Otras obras del autor: Los Ángeles murieron, premio único de poesía “Jorge Federico Travieso” (1972); Levítico (1974); Animal sombra, décimo finalista de la Bienal de poesía de León, España (1974); Jonás, fin del mundo o líneas en una botella, publicado en Costa Rica por EDUCA (1980).

En esta segunda entrega “Torre Trunca” publica un fragmento de “Ulises”, poema perteneciente a Los Interiores.



Ulises




(El aire. El de Ulises. Sus blancuras. Por el aire de Ulises Odiseo
navegando intermundos. Las cajas. Odisea del pájaro.
Los bloques. Es lo mismo. Oes, úes, aes.
Poseidón y su música. Lea Ulises su espuma. Voluntades
en autopsia. Oxida hasta la nieve. Hunde sus oboes. Y por ternos
van hojeando las olas soledades, soledades. Resistencia
en fosfatos de sodio. Oiga Ulises su música. Oquedades
donde el agua no ve su transparencia. El tiempo no abandona.
Cipreses enraizándose en acuarios, rodeándonos.
Océano nos sigue. El espacio aumenta su límite.
Un beso como un astro. Y no consigue tiempo. Mi espacio.
Mi lenguaje hasta donde me cierra su tempestad. Sobo
mis sienes como pasear un sepia por la tarde de un ciego.
Los dioses contra. La abeja repitiendo sus hexágonos.
Soy su sombra. No conozco más cámaras. Son mi viaje.
Esmeralda tiene Invierno. No me han vencido.
El recuerdo, sus armas. La canción, su jardín, sus equinoccios.
Sudo. Si en el olvido han firmado sus acuerdos contra mi corazón.
La luna da su espalda. El sueño nos envuelve y desenvuelve.
He visto amigos que Circe volvió cerdos. Su rueda, su diamante.
Los cerdos no saben mis abrigos, mercenarios de las sombras.
No deja tallar el fuego su topacio. La vajilla del aire.
Vivo la muerte sin testigos muriéndome de vida.
La de ojos de lechuza no viene a volar sobre mí.
Quiero una mano sin guante. O al menos, habitado.
No hay firmamento encima de la espuma que uno tiene.
Bajo los hongos no existen las constelaciones ni las palomas.
No viene ya por eso la de ojos de lechuza
que ayer ayer contiene tanto me rescató de los rastrojos.
Así la diferencia en que consisto. Suma de resta. Los pájaros no vuelven.
Siempre están. Sobre el mundo en su rama de silencio abren su palacio.
Hay que salir para hallarlos. Adentro. No en la tierra o de la tierra.
Son a ella desde que aparecen. Siempre. Antes del canto la canción.
En caballos y toros resisto el pecho de las olas.
No salvarse para no condenarse. La numancia de la rosa.
Cuando acabe la cólera termino. Y paf, los impuestos.
Entregar el testuz, dar la pequeña para herrarla, ser manopla.
El corazón tiene la culpa de ser virgen y su condena es mantenerse.
No. Calipso no embruja mis corceles. Arre, arre caballos, arre toros.
Resistir hasta las pieles, a empujar amapolas. En ristre los pecuezos,
las colas y crines como dardos, palos, piedras, la guerra es sin cuartel
contra las olas. La guerra es sin cuartel. Febo lo sabe.
Sin descanso me siguen amapolas fluyendo el corazón que ya no cabe,
sin que acaba en la tarde la batalla que día a día sigue,
sin que acabe otra recua que venga de repente por aquí, por allá,
y así me halla la de manos de rosa.
El tridente buscando mi planeta, el aliento que pájaro callando
primavera mi frente. La malva, la uva, violeta donde siento.
He bebido los zumos de mi ausencia.
El corazón completa su contorno por arriba.
No se sabe el centro de la cruz. El hombro, si lo siente, no lo sangra.
Pero al pasar por octubre el pecho que se abre desde fines de junio
queda abierto definitivamente y el peso de la luz deshace el ocaso.
Me duele la armonía que escuché contra el palo en ataduras
sin poderme soltar. Lo deseaba por rozar su recuerdo.
Las hojas ya han caído cuando caen. No hay asesinatos.
Cómo matar muertos, vivos. En una vivificación o muerte.
No hay resurrección. Antes de llegar la alondra está esperándose.
Mis magnolias no pueden abrir las cerraduras del traspatio.
Estoy en acto con la muerte. Traigo mis sustratos a sus pisos
de tinta, de papel, ladrillos, de toda clase de material,
de soledades, de noches donde vierte el sexo su vigencia desde el Hades.
Bien dura lo que un fósforo. ¿Pero cuánto fuera del reloj?
Salí cuando el sonido. Y en mí caen de un golpe las edades.
Bien vuela pájaro de mar, tocando las almenas del aire.
Pero hasta dónde llega el pájaro en un pecho.
Yo sé bien que tu cuerpo en otra dimensión
tiene luminosidad de relámpago.
No sé cómo es así como en el día en que hiciste la luz
y nací en tu mundo. Supe por tus ojos lo que era.
El agua habla la misma lengua en toda la tierra
como el dolor en su camino.
Caen mis ojos a la sal y mi lengua lame maderos.
Cae mi voz. Me oigo llamando sombras.
Vivo burla de héroes y olvido de dioses.
¿Dónde están, dónde el que ayer juntaba las palomas?
Las cosas dicen algo de uno y nos extienden sus dedos de coherencia.
El plomo y la mano de luto hablan lengua de ellos
en una gramática sin dificultades. La oscuridad de sus palabras
es así como la claridad de las palabras de una novia
a su ramo de canarios. La ciudad tiene voz de los desaparecidos.
Cielo sobre cielo. Mi sombra comprende vidas que no he vivido.
Mías. Las agrupa de tiempos. No me deja.
Pues si Odiseo soy y no el que fui, soy mi conciencia.
Y si el cuerpo de Eolo Aquileo no respira, por mi bosque.
Mis muertos miran por mis ojos, Primavera y Otoño no son de la tierra.
Es para ellos. Se la pasan. La esencia viene, va, cambia de vaso
y ve por los postigos de la casa con llave.
Parto de cadáver. Mi cementerio donde vuelven las briznas.
Sólo en mí mi distancia. Mi infierno. Mi demonio.
La estructura del cíclope rodeando la pecera.
Arriba van los astros.
Cruza Apolo haciendo obedecer bestias de fuego.
Polifemo volvió con pupila de oro, hambre, sed de vida,
mermelada de niños, corazones, vino de arte, té de los que llegan.
La inocencia en la esquina de la nieve tocando la canción que no asoma.
Con sus ojos sin marco un mundo que no es. La caída de los ramos
con sus dedos de aceite. Siente pasar, de él, su alianza con el plomo.
La plomería de cuartel en cuartel el aire va murando.

(…)

Mi sangre doy donde me huye ese mar que no es mar.
El águila en el vuelo se deshace y en la sombra del vuelo se construye
sin que la toquen los dardos. La de afuera se complace
en sugerirse como la espuma habla del mar. La palabra
que es abono del aire. Columna de Atlas. Mano que despeina la muerte.
Hay rosales que suben del infierno. Y en los barcos de un niño
se exilan del reloj. Huyen del frío navegando su agua en golondrina.
Los círculos de luz, la ligadura de sangre, la armadura del óvulo,
los espinos floreciendo palomas, la música del astro, del naranjo,
caminos en un pétalo, ojo oyendo tonos de los prismas, pupilas viendo trinos
levantar su jardín sobre abandonos. Los escudos de la sal,
las construcciones de los espermatozoides, las acuarelas del recuerdo,
la palabra, su teurgia, premisa, liturgia, presagio,
su creación tan antes del milagro, muy antes de la luz. Esto y lo demás,
los argumentos del sueño, la inocencia, la sonrisa,
aún ante los rayos sin más rumbo de herir y derrumbar la madrugada.
Aquí peno el gozo de ser yo. Quemar el aceite.
Coger la burbuja de música, un pistilo de luz, una miga
de amor que cayendo de la mesa el corazón la huele, lame, come.
Se muere de vivir. Muriendo de lo que amo
aquí me tengo allí vela de muerte. Mudada que sin dicha
un marinero llevó bajo la lluvia. Porque vengo me voy.
Penélope me alumbra. A sus pies anclaré nauta siempre,
y en un pecho donde he velado mis uvas
entraré mendigo de mí mismo. Corifeo de olas, de viento.
Abandonaré mi equipaje hasta llegar a ella
sin nada más que yo. Por fin: yo.

Homenaje a Paul Éluard



Arrancamos con nuestra nueva sección "Torre trunca" en la que publicaremos un poema semanal de un autor hondureño. El poeta escogido para esta primera vez es José Luis Quesada (Olanchito, Yoro, 1948). El siguiente poema pertenece al libro Sombra del blanco día (1987). Es curioso que de este libro de Quesada haya tan pocos estudios o referencias. Y los comentarios, críticas o reseñas de nuestros estudiosos de patio aluden más a sus libros que reflejan una temática social, olvidando éste, que a mi parecer es uno de los textos poéticos de mayor relevancia en la literatura hondureña.

Paul Eluard cómo te recuerdo
dejado de la mano de tu mujer
en un México aterrador para ti
las tormentas los tormentos Paul Eluard
y tú avanzando con la espalda arqueada
en la forma infinita
que tienen los poetas cuando están tristes
bonjour tristesse decía bonjour tristesse
porque todas las mañanas la tristeza estaba junto al lavabo
París se adivinaba tras los vidrios oscuros
como las gafas de la policía
pero había que levantarse y afrontar el espejo
la torpeza del pie ante lo inmediato
los cobardes y las ratas huían despavoridos
para salvarse para salvarse
ah las heridas Paul Eluard
las grandes heridas que dan los besos recordados
y el insomnio el demonio
la traición ensañándose en lo mejor de nuestra fe
y el asco y el amor que se sienten por el amor
y el sufrimiento que nos hace compasivos y ardientes
el poeta conserva la esperanza
cuando otros la abandonan o trafican con ella
es irreal mi soledad decías
pero el milagro es cierto Paul Eluard