viernes, 8 de agosto de 2014

4 poemas de Marco Antonio Madrid





 Marco Antonio Madrid

Movimiento para una sonata

Minuetto affetuoso

Dormida en mis labios
entre la soledad
del páramo
bajo la dulce lluvia
ha vuelto tu cuerpo
a cantar.
Y escuchamos ahí,
en la nocturna
invocación, el fuego
inusitado de los besos
como un río
que transcurre entre
los dos.
Mujer, amorosa barca
de las eternas aguas,
encina radiante al sol
donde reposó
sin asombro
el vellocino.
Mujer, ave de tierno
vuelo, hoy la noche
es el paisaje de tu cuerpo.
Tu cuerpo,
hecho a la medida
de mis labios,
a la medida del amor.


La rosa de Paracelso

A Jorge Luis Borges
Apocalipsis 2: 17

Recordó la flor que antes de ser ceniza fue color,
Espiga en aroma,
Espiral al viento. Recordó la brizna de luz
En la hoja que cae del tiempo, la sombra
En el vuelo errante del ave y el canto feliz
Del astro, pensó la flor en la piedra y en la espina,
Recordó el dolor y recordó el camino.
¡Suplicó volver!, mas el ojo del escéptico no advirtió el prodigio,
el maestro pronunció la palabra oculta…
¡Intacta resucitó la rosa y otra era la flor
que a la vez era la misma, así como la piedra
era la piedra y al mismo tiempo era el camino!   

 Inéditos. Publicados en la Revista Caravelle. 
(Université de Toulouse 2 Le Mirail. Francia. 2011.)


“Una herida más honda que la soledad”

Por estas huellas que el tiempo va dejando en la memoria.
Por los caminos como ríos
donde naufragara lo mejor de nuestros días.
Por la soledad de esa luz
a la cual se acostumbraron nuestros ojos,
y la proximidad a la palabra
y el fuego que con ella construimos.
Por las tardes atadas al silencio de esas planicies
donde las sombras escampan al rumor de unos labios
y las rocas se alzan hacia la luz
definitiva y fugaz.
Por los lugares comunes al sol y a la lluvia
y el aroma que aún ostenta el recuerdo.
Por los rostros ya cansados y las voces que regresan
para hablarnos de estaciones ya vencidas.
Por la mismísima tierra plantada de magnolias
y tristeza.
Por los besos, mujer,
por los besos en abril
y la piel que acariciaste ignorando su ceniza.
Por el mar y los adioses y el corazón
como un navío en la corriente inexorable.
Por todo ello
he de llorar por ti.
Habrá de recordarte la luz de un día.


Más allá de las furias

En vano será el afán de buscar otros nombres. De una vez para siempre
es Orfeo quien canta. Viene y se va.
Rainer María Rilke

Habrás llegado tú, tierna Eurídice,
limpia ya de toda sombra.

Habrás llegado a palpar las llagas del vencido.

En las frías alamedas, mi cabeza
es tan sólo la lejana contemplación de algún astro.

Me defiendo de la noche
tratando de esquivar la marea de esas hojas
que el viento arrastra hasta mis ojos;
el agua estallando en la osamenta del mundo
es tan frágil en mis huesos.
La lluvia cae, y mi mano
roza la piel de algún camino.
Nada soy entre infectadas amapolas,
sobre esta corriente humana
que se hunde en el tedio de la urbe.
Entre el asfalto y la vendimia,
sobre la crueldad del frío mármol,
no escucharé el dulce canto de la lira.

El fuego lunar de las Ménades ha gastado estos muros,
devastado los imperios.
Muero y sueño junto al rumor espeso de los siglos.
Muero en el sueño de esa boca núbil
que ardorosa remonta la corriente
y me llama y me sueña.

El amor une en ti mis pedazos, tierna Eurídice,
limpian ya de toda sombra.

 de La blanca hierba de la noche (2000)

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Marco Antonio Madrid. San Nicolás, Santa Bárbara, Honduras. 1968. Licenciado en Letras con especialidad en Literatura. Ha publicado los poemarios La blanca hierba de la noche (2000) La secreta voz de las aguas (2010), además ha aparecido en la sección literaria de periódicos y revistas de Honduras, México y Francia. Ha sido incluido en diferentes antologías de poesía hondureña y es una de las voces más profundas y actuales de la literatura hondureña.