Memoria del solo
¿En qué ajeno paraíso abandonaron
mi humeante corazón, quemado vivo,
las mujeres que amé?
¿Bajo qué cielo raso se desnudan
y muestran victoriosas el reino que perdí?
Yo, en cambio, nada guardo: ni dicha ni rencor.
Una a una me dieron la gloria merecida
y derrotado fui con sus mejores armas.
El amor es la única batalla
que se libra en igualdad de condiciones.
Yo no pude escudarme, devolver las palabras
con la misma osadía, y los más leves golpes
me alcanzaron de lleno a la altura del pecho.
Dado ahora a morir en cama extraña
(orgulloso de mí, en paz conmigo)
cierta gloria atesoro, ciertos nombres
como el viejo guerrero que alivia sus heridas.
Memento
Vencido,
te relames en los labios
un incierto dulzor,
los viejos sinsabores de otros cuerpos.
Nada tuyo queda, nada de cuanto diste
ha vuelto salvo ni recompensado.
El amor es así: gloriosa pérdida
de prendas y batallas,
o, a veces, solamente un injusto recuerdo,
cierto invicto deseo
que juraste guardar más allá de la muerte.
Alguna vez
Alguna vez
un cuerpo se tendió a nuestro lado
y se abrió, sin prudencia,
como una madrugada.
Le dimos cuanto quiso:
piel,
entrañas,
el lujo del amor,
las más hondas palabras.
Una mirada, un hálito, una brizna le dimos.
Alguna vez
un cuerpo se tendió a nuestro lado
y nos dejó
vacíos.
Estación perdida II
Cuanto amé
doy a cambio de la estación perdida.
Con paciente avaricia yo he guardado
dones, heridas, dichas, infortunios,
vanas prendas que el tiempo ha vuelto bellas.
Ahí están,
bajo palabras puestas
ante el límpido augur de la memoria.
El mundo en torno ha sido monótono, aparente,
sólo un confuso limbo de lejanas presencias,
una noria atascada, un áspero cansancio.
Pero amé,
colmando fui de amor pechos y labios
y nada más que cuanto amé queda.
Mas la vida vendrá
cuando en mí resplandezca la estación perdida.
Opus de amor
(en cuatro movimientos)
Convite
Una mujer no basta
para dar de vivir al solitario.
Un solo cuerpo no, una mujer no basta.
El solitario aguarda
en su lecho de rosas
a más de un corazón.
Una sola no basta
para dar de vivir al solitario.
Su cabeza se aqueja bajo sábanas
como animal rendido,
y los ojos del solitario no ven de lejos.
Acérquense las que quieran,
todas.
Post Mortem
No aplacaré con lágrimas
lo que arde en la punta de mi lengua.
De más está llorar
por quien vivió en la holganza,
dando palos a cambio de abrazos y de querencia.
Ahora, en esta hora de la verdad,
en que tus pompas
se estrenan en lo duro y pelado de la tierra,
todo cuanto luciste, ufano y altanero,
pesa más sobre ti
como una losa a imagen y medida de tus restos.
¿Qué otra suerte esperaba
quien en vida olvidó, a su debido tiempo,
que también el poder y sus deidades
pasto son de gusanos, hálito de la nada?
Un áspero hierbajo se abre paso por dentro,
te hiende la cabeza, el pecho, los muñones:
es el estrago tenaz de la venganza,
su lenta mordedura, la soga del rencor,
únicas prendas
que ostenta la oquedad de tu memoria.
La estación perdida. (2001)
Una declamación del poema "Lección de amor" de Rigoberto Paredes
ResponderEliminarhttps://youtu.be/PASG46opP-E