martes, 24 de agosto de 2010

Jonás, fin del mundo o líneas en una botella (1980). E. C. Bulnes



29-IX

                                                             hablar del mundo
y de un otro como el otro mundo. Y del lenguaje
como el más completo medio de comunicación humana.
Y de una, de otra, o de ti; Muerte, como la otra vida.
Y de un blanco relámpago desnudo
de dos blancos desnudos como dos piedras
juntas en la punta de una torre libres del río
lejos una en otra ya como un chorro de lluvia
que era dos en la ventana de noche sin ver
en el cristal lo que se vio por el otro;
o un barco que salió de dos nubes y se fue
sin verse más sobre la tarde, o dos raíces fuera
de la tierra, sin historia, una a otra,
encarnadas bebiéndose sin medio ni distancia
para gritarse o decirnos amor, manzana, paraíso,
entroncadas en uno en lo que es de uno



16-IX

Pues bien, en aquel tiempo, una vez,
y de esto hace bastante,
iba en un carruaje. Oscuro.
De qué color, no sé, tal vez de arena,
de insomnio, de camino. No sabía
quién era, ni lo suponía.
Únicos viajeros nos confiábamos
al cochero invisible. Chirriaban
las ruedas sobre la nieve,
y en la oscurana de agua al fin se vio
que lo estampado era la carne
viva de tatuajes.

17-IX

Érase una noche ocre como para callarse
de no ser el ruido del coche oiríamos las estrellas
que nos vienen como gajos corintos,
como racimos trasudando escarlatas.
Llegamos a una parte, sola: Página Blanca,
y pensamos oír: no ver demasiado lo blanco: ciega.
A su tiempo cada quien deja su libro
mediando silenciosos solitarios. Uno baja después
para no subir más. Al bajar, ¿nos confundimos,
confundimos los libros? El carruaje ha seguido,
metiéndose en el bosque, en una bruma púrpura.

El día sigue a la noche en des-cubrir
la ciudad.

18-X

La diferencia de los hijos
de la tribu de Leví está aquí
en la verdad de su corazón. Que esta
poesía i-rreal de Jorge Trakl nos pese
más que el realismo de “El Canto General”
es del vero cristal de mis ojos de Amnón
de la noche imposible. Vos, noche virgen,
tenés el peso oscuro, y vos, verdad
a oscuras, peso de siglos.


18-X

Manos llenas de gasa de Muerte estas
de Celan luchando por huir del velo
de la palabra, -no tu secreto fiel,
Penélope-. Sagrado tuyo, Yocasta.
Ay, que eres ciego rasgándolo.  
Inservible tu deslumbrado rojo. Fuera,
inútil, a arder vacío, quedar
para siempre en Colono perdido.

21-X

Tú ansías expresar las cosas.
Déjalas. Se expresan. Que se expresen.
-Si nos expresaren-. Deja
que la palabra se diga. Sea la pintura
la que haya de buscar la manta,
el cuadro, el color. No al revés. Nazca
con él. Bien sentimos que en nuestra boca
la palabra agoniza. Bien sabemos
que en nuestra mano la palabra muere
para re-vivir en el poema, en poesía
cuando Poesía la halla. No encuentra.
Es encontrada. La re-encontrada.
A lo mejor se encuentren, entonces,
y siempre lo uno no es sin lo otro
así como la flor no es por hallarla,
sino por hallarse. La energía crea
a la materia como la función al órgano.
“Haya luz”; (Génesis-1), y hubo luz.


2-III

Aquí se está en un saco, cosido,
con un gallo, un gato y un mono,
en el mar, y dentro de la ballena.
Todo está en descocer el gallo –el saco-,
deshacerse del saco –del gallo-,
del gato y del mono. Y entrar de lleno
hasta el píloro, quizás al cardias,
más no, arriba no. Prohibido. Sagrado.
La salida es por el culo.


20-VIII

Tú sabes, Muerte, que si leo,
es el perdido libro
de Jaser
cuando se detiene el plenilunio.
Mi poesía es todo lo que no es
desde antes muy antes del primer cautiverio.
Que si alguien nos acompaña
en este río de sombra, ah, Caronte,
es mi perro,
gemelo del perro de Tobías
en el único parto de la hembra de Cancerbero.

27-V

                                                    El carnicero     
apareció ya con el alba degollada.
Hubiera sido un claro día.
Pero el carnicero está aquí,
con el cuchillo, blandiéndolo,
y la sangre, ay,
manando de la garganta.

29-11

Y sucede que Judit vuelve, y está aquí,
ante Holofernes, ebrio, denso púrpura
quitándose los espaldares de oro,
el pectoral de plata, el férreo casco azul,
las perneras de bronce, tendiéndose
en la invalidez del cuello, el descuido
del pecho, la confianza del vientre,
dejándose a la impotencia de la periferia
y franqueándonos por el centro. Soledad.
El amparo del arma, afuera. Yacente.
Judit, desvistiéndose. Huele la selva virgen
de la noche, bullen las cataratas de la noche,
llamean las antorchas en la gruta de la medianoche.
Desnuda: suntuosa, vestida, de sortijas, sonríes.
Centelleo de alfanjes circulares, constrictores,
succionantes. Labios ibis en vuelos
rozándose las alas encerrando lo hondo
del encuentro. Pupilas dilatándose, contrayéndose,
suspendiendo, adormilando la paloma del viaje.
Aluzas, Ciegas. Se y se cierra para gustar,
saborear, devorar, engullir lo que no posee.
Troya arrastra el caballo de palo,
el oscuro trofeo equino,
y en el animal obscuro Edipo vuelvo y entro
en demanda de Tebas, del hogar, de mi cuna,
del reino de mi madre. Edipo busca por adentro.
Judit busca por afuera. La madre se ha cortado
al romperse el cordón y Holofernes, por degüello,
te escapas de un salto mortal.
Lloro de troyanas. Desbande de asirios.
En tierra dos ejércitos, dos detritos, dos bultos,
vencidos, en la blanda arena azul
de un agrio abandono lunar, amaneciendo.

El sucio barrendero deja las calles limpias. 


13-IV

                                              Hay que cazar la hora.
Cuando Dante la cace escribirá La Comedia.
Un minuto más, un minuto menos, no podría.
Hablará con los muertos de él como antes
Homero con sus dioses. La poesía es un diálogo
consigo mismo, aún en momentos cuando
parece ser con otro semejante. Diálogo de uno
ante algo, ante alguien –en esencia- fuera
de forma, de la forma. Nunca entre hombres.
En poesía no hay ilusiones ópticas,
ni auditivas, ni de ninguna otra especie.
Si tal fuere, sí, pues equivaldría
a la conversación que el hombre
-como en una sala de espejos-
sostuviera con sus imágenes (anamorfosis)
equívocamente reales.
Real el surrealismo.
Para conocerse mejor
hay que conocer a los demás.
No hay mundo si no hay un hombre en él
y no hay hombre si en él no hay un mundo.
Para verse, ver;
para ver, verse.
Aquí el encanto fatal del iris de Narciso.
En un mundo en que no existiera
lo que la costumbre considera
únicamente como espejo,
el hombre se vería,
volvería a verse en los otros,
o en los no otros.
Aquí el fatal desencanto del iris de Narciso.
El ojo hace el espejo de él.
Del ojo –espejo vivo- al espejo muerto
-la copia-.
Siempre se ha tenido espejo,
aunque estuviere encubierto.
El hombre es el espejo del hombre.
La viva imagen, consciente,
fuera del espejo.
El espejo es hacia atrás.
Y hacia adentro.
El espejo es la muerte de la imagen.
Si no hubiera cómo ni en qué
poder verse – y vera para mirar,
distinguir para diferenciar-
el hombre se ignoraría
en su precario instinto de conservación
a tal modo de enojarse,
si esto le cupiere,
contra el estorbo
en que casualmente tropezare,
y le diría: -si esto le cupiere también-
bruto, imbécil, estúpido,
y le daría una patada,
pues el estorbo no sería esto que es
sino otro, imbécil, que me molesta.
He aquí lo que hubiera sido hombre.
¿Qué?
¿Qué digo yo sin no ser acto de decirme,
sin moverme en el ansia, en el sueño,
en la memoria?
¿No se es ni se tiene más que el acto solo?
¿Qué puedo decir que soy
sin moverme en el saber, en el sentir
que soy? ¿Y qué es lo que sido
sin el hombre? ¿Ha habido hombre
aquí, allá, ayer, ahora?
Si así fuese hubiera sucesión,
y si hubiere sucesión habrá permanencia,
si habría permanencia hay universalidad.
Sucesión no es repetición
como repetición no es igualdad fuera de sí,
si no en sí, sino en sí
por esto de lo móvil del hombre
a lo inmóvil del ser,
no al ser inmóvil, no de ser,
y conquistar, re-conquistar
desde el ser del estar
la permanencia universal del ser.

Ser sin imagen.
Fuera de ella, caos, confusión,
bruma de Babel, la torre trunca.
¿Si no en ella en dónde entonces, ya asunta,
la colmada asunción de él,
por él, con él y para él?
¿En dónde si no en ella el ser del tiempo,
el tiempo del ser, de ser del ser; de ser,
y ser tiempo en esencia
y permanente esencia única de verdad?

14-X

Vivimos de amor y con amor,
de la fe nos mantenemos,
de la esperanza que nos sostenemos
verdaderamente pobres de solemnidad
de las cosas de la tierra. (El mundo
es otra cosa.) Vivimos de caridad
sin comprarnos nada regalándonos todo.
Vivimos de la caridad, de por vida suya,
de la caridad de vida de por vida.
Nada nos sobra. Nada nos hace falta.
Nuestra abundancia colma los veranos
para los otoños y los inviernos pálidos.
No conocemos otro cielo más que éste
que a lo mejor es el único,
el mismo que da sobre esta parda ciudad
la comba ala de su pájaro azul
reclinando de tarde en tarde
la bella cabeza sobre nuestra cabeza alzada
en alto, en vilo, rozándose.
Entre nos hablamos de tus ojos,
de tus manos mías, de mi frente tuya,
de tus zapatos y mi camisa,
de las sábanas con nombre tuyo y mío,
en monograma;
de las dificultades para mantener
siempre limpia la casa
con tanto polvo afuera,
silenciosa con tanta bulla de carros,
fresca ante tanto calor
y seca entre tanta humedad.
De lo caro de los víveres, la subida
de precios, los impuestos,
el alto costo de la vida.
De los poco amigos que tenemos
pero buenos como el pan y escasos
como los buenos libros, y hasta
de lo desconocido. De los mismos
gratos recuerdos que sólo a nosotros
hacen gozar porque somos
nosotros mismos; de lo que hicimos
este año y de lo que haremos 
en el próximo; del sueño que tuvimos
y resultó verdad. De los niños
que se pierden en la plaza,
de los jóvenes que se embriagaron
antes de que comenzara la fiesta
y no se dieron cuenta,
y de aquella que se volvió triste
bajo la lluvia; del baile que no hubo
porque no había luz,
y de la vieja lámpara
que hicimos funcionar en la tiniebla
hasta que nos halló el alba,
en nuevo día,
solos uno en el otro,
los dos en nubes en verdadero música
bailando enamorados.
Del juego que iba a haber
y era mentira. De la muchacha
que encontraron muerta
y no se supo quién era. Del joven
que con varios amigos tuvo un accidente
fatal pero sobreponiéndose los llevó
a la clínica, llamó a los padres
y se fue a su casa
a darse cuenta con su madre
que iba muerto.   
 

21-X

En absoluto no es necesario para nada
el poeta en el mundo. Nunca. Desde la vida
de su poesía nunca se da solo, sólo
en su poesía para entrarnos a la poesía,
a la vida poética, a la vida de la poesía,
a la otra vida, a la poesía del hombre,
de la vida y del mundo, y darnos de todo
a lo sumo sólo la imagen sola
para hallar en ella nosotros solos
la medida sólo de nuestra sola imagen,
la medida del silencio, del silencio
a la palabra, del espejo al espejismo,
de la realidad, de la realidad a la ficción,
de la verdad a la mentira, de la muerte,
de la muerte a la vida, la proporción
de que la ficción es a la muerte
lo que la muerte es a la nada,
o la identidad de que la verdad
es al amor lo que la realidad es a la vida,
y en esta dimensión poder saber
hasta dónde son en ficción amados
los bellos ídolos del amor o en verdad
amado el dios vivo de Amor,
y hasta dónde somos y estamos de verdad
en el tiempo de la vida o en la vida
del tiempo y en el ser de la vida
o en la vida del ser y ser vivo tiempo
del ser, o si estamos y no sabemos
en la ficción del ser como ciegos peces
de una imposible antártica inexistente
para un principio desde el principio
muertos en el fondo, o en el boomerang
de nadie perdido para nadie,
o en el salvaje hielo de una navaja
de afeitar no tanto porque se nos empuje
una muerte distinta, brutal, salvaje,
que al fin y al cabo se habría de conocer,
sino que por ella se nos presenta
como humano algo no humanoide, humanesco,
algo que no llega desgraciadamente ni siquiera
a la más triste sombra de un árbol hecho piedra.
Es nada. Casa del ser: casa de Dios. Nada.
Puras palabras. No más acto de ser del ser.
Esta flor. Esta hierba. Nada.
Sangre de Abel y sombra. Nada.
Palabras. Cuajos de luz. Simples palabras;
pura palabra, pura. No sé dónde qué
en lo más recóndito de este pañuelo blanco.

22-V

Yo no hube, no habría querido esto.
Hubiera querido, no sé, otra cosa.
Hasta habría, quise huir de la Voz.
Yo no he querido esto. Quería otra cosa,
otra orilla de luz.
Qué importa lo que yo haya querido.
La voz me subía por acá, y hoy,
con los labios quemados, no querría más,
no quisiera menos.
Y qué importa lo que quiera o quisiere,
lo que hubiera o habré querido.
Aquí, desencantado, des-encantado todo,
no puedo ser feliz.
Sin espejo ni marco esta alegría:
no seré feliz.
Gozo este infierno.
Vivo.
Alegría sin marca en esta ardiente arena.
No querré nada en este hirviente polvo.
Ya este infierno es mi paraíso.
No quiero nada.




Edilberto Cardona Bulnes, Jonás, fin del mundo o líneas en una botella (1980)

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